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Por Joaquín Rodríguez
Les pido que sepan disculpar el caos del texto, realmente fue la mayoría desgrabado y no quise tampoco perjudicar eso. ¡Gracias por leer!
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Son las 3 de la mañana, me subo al 111 que viene desde Correo Central y que termina en Suárez, mi destino final. Junto a mí, como no puede ser de otra manera en un colectivo que deambula a las 3 de la mañana, hay una mujer de unos 25 años aproximadamente. Al parecer (según me lo demuestra su circunstancia) estuvo llorando mucho, antes de estar llorando estuvo bailando (por la ropa que lleva puesta), y (esto ya es una observación personal) parece haber sido engañada, lo digo por la contención de su llanto, por cómo lo esconde. Es casi imposible decir a ciencia cierta cómo es que lo sé, y no tengo el valor de preguntarle.
Saca su celular. Puedo ver que aprieta el botón de “grabar audio” de Whatsapp en un chat con un tal “Mauro”, y comienza una batahola de insultos. Algunos de ellos son: Gato; Imbécil; Pelotudo (lo recuerdo por la fuerza, el intento de no evanescerse de la “p”); y dentro de todos esos insultos oigo, como ya lo predije, quizás con el beneficio de haber escuchado todo antes de narrar esto, que el tal Mauro era su novio, y que mientras ella estaba bailando, lo vio curtiéndose a otra piba. Esta especie de voracidad por insultarlo, me hace darme cuenta de algo.
Mauro, que probablemente no es la persona más fiel, no tiene explícita la capacidad de decir cualquier cosa para defenderse, ni siquiera una mentira o excusa poco satisfactoria. Puedo ver en vivo la impunidad del que graba un audio por Whatsapp y lo manda, incluso con toda la razón y las pruebas. Siento que la situación de Laila y Mauro, replica en cierta forma los debates que llevamos hoy en día, claro que este debate se podría llamar más bien “discusión”, o “Monólogo de celular” (si el medio hace al género), en la que Mauro solo forma parte como un externo, un oyente más. Me encuentro ahora con esta sensación, intentando vincularla al debate. Quizás (lo advierto ahora) también es importante decir que esto está siendo grabado en un chat de Whatsapp que me estoy enviando a mi mismo para luego transcribir mi voz que es la que habla, como mis manos que podrían escribir un texto. Ustedes no van a poder, no pueden en este preciso momento, hacer más que lo que Mauro puede dejar de hacer: Dejar de oír esta nota.
Podrán dejar su comentario abajo, dejar su opinión plasmada, pero la mía está entera, explícita y latente, en este Blog o donde esto vaya a ser leído.
Lo único que nos importa es decir lo que pensamos, hoy y siempre. ¿Acaso el debate no fue siempre Mi idea-La tuya, en un par binario donde la mía siempre va a ser opuesta a la tuya y jerárquicamente superior, incluso verdadera? Estos debates, más suenan a dos monólogos paralelos, no constantes pero que bien podrían suceder al mismo tiempo sin cambiar nada. A fin de cuentas cuando uno se calla para dejar hablar al otro, busca un argumento para retrucar lo que el otro está diciendo.
De debatir, escuchar, cuestionar lo que uno piensa al ponerlo en la mesa, no hablemos.
El audio de Whatsapp emula a la perfección el discurso que me encanta tener. Lo que vos pensás, lo escucho o quizás ni siquiera, solo un poco para que parezca visto, o quizás lo suficiente para encontrar argumentos para refutártelo, sin cuestionar si hay, de hecho, argumentos para refutar el mío. Al “Exponer” las ideas perdemos toda la información y opinión.
Personalmente, odio el discurso prepotente, y lo utilizo a diario. Ahora, en este colectivo.
O no.
¿Cómo pueden saber que estoy en un colectivo?. Y a la vez, ¿Interesa dónde estoy?.
Facebook es el otro medio por excelencia, ya que en Twitter es más complicado y lo fragmentario hace que se pierda algo de la fuerza unificadora del discurso propio. Pero en Facebook hay una pata más, hay un Plus terrible, no solamente yo hago el discurso para un otro, sino que ese otro se difumina cada vez que se comparte, y entonces llegamos a la situación de una imagen (Para colmo el discurso es fijo, un copy-paste bellísimo) que dice que “los “kioscochorros” que cobran 2 pesos por carga de SUBE, son prácticamente colegas del Gordo Valor, y que al hacer 300 cargas por 26 días ganan 15600 pesos”, no hay forma de dudar de esta evidente demostración matemática. Un kiosquero dice que ahora tiene que pagar por eso, unos rollos carísimos y que de eso no le queda nada. El que lo compartió encuentra excusas. ¿Alguno tiene la verdad? ¿Alguno tiene la razón completa? No, pero ninguno está dispuesto a escuchar al otro. Es más, ninguno está dispuesto a tomar a su interlocutor como un otro, como un “tú” al mismo nivel. Es (Tomando-tergiversando el término de Martin Buber) una relación “Yo-ello”, que rompe la horizontalidad que necesariamente tienen.
Desde que (aunque la referencia parezca un poco abrupta) Martín Fierro agarró su guitarra, y empezó a cantar y a hablar de su vida, con algunos oyentes pasivos a su alrededor, se cortó el debate. La voz del argentino -quizás la del humano- es la que habla sola, con una idea tan profundamente propia e incuestionable, que no es capaz de preguntarle la vida al otro. Nuestra voz agarra una guitarra, empieza a tocar una melodía para payar, y dice lo que piensa. Punto.
Quizás nos puede servir este ejemplo del poema nacionalepicoargentino por excelencia, para pensar en nuestros debates y en el cómo vamos a debatir, si nuestra “raíz” habla de sí y odia a tod@s los demás.
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