"La inundación" de Adriana Insaurralde
En la década de los setenta, en un barrio obrero de casas bajas entre Gerli y Sarandí, transcurrió mi niñez. Vivía en la casa de mis abuelos con mis viejos y mi hermana, ahí conocí la inundación. Y aunque no lo crean, los recuerdos que tengo de niña de esta situación siempre traen alegría.
Con cuatro gotas locas, lo primero que se interrumpían eran las clases, porque la escuela estaba en la zona más baja del barrio. Sacándonos de las rutinas escolares, nos poníamos en acción con todos los rituales hogareños que la inminente lluvia traía. En todas las viviendas había bolsas de arpillera llenas de arena, las colocábamos en las puertas para atajar la creciente, y los ladrillos a los costados de la heladera y las camas, esperando a ser usados. Una línea negra marcaba en las partes bajas de las paredes, hasta dónde subió el agua la última vez. Esto era lo habitual de nuestras vidas cotidianas.
Y para los pibes del barrio, era una la oportunidad de tener juegos acuáticos. En cuanto lográbamos escabullirnos a la calle, sacabamos barquitos de papel para hacer carreras y competíamos de lo lindo. Para mayor riesgo y disfrute entrábamos de puntillas de la vecina, que tenía un bote viejo de madera, guardado en la galería de su casa. Nos subíamos de a uno jugando a navegar en tormentosas corrientes marinas. Hasta que doña María nos veía por la ventana y a grito furioso nos echaba, “Sin vergüenzas salgan del bote y de mi casa”. En un salto colectivo huíamos como ratas que abandonan el barco, a carcajadas limpias por nuestra osadía y por escuchar las puteadas que seguía vociferando la doña.
Regresábamos mojados y exhaustos a nuestros hogares, sintiendo a la Venecia de Avellaneda como una aventura extraordinaria.
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Me gustó mucho como lo narraste. Eso de "Con cuatro gotas locas" me pareció bello y cómico.
ResponderBorrarCreo que sa una buena imágen de que con muy poca lluvia ya se inundaba.
BorrarHermoso escrito! Felicidades a la autora!
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