"Retrato de un hombre sublime" por Francisco Cansanello

No supimos nada de él hasta cuatro años después, no hasta el día que apareció con su saco y galera blanca con una pluma azul, el bastón con puño dorado pero no de oro, el sable del ejército de los que hay en el museo del pueblo y capa que quería parecer de terciopelo; todo arrugado y apolillado, la capa llena de polvo. Lo vimos bajar caminando –por la calle que corría al costado de la vía del tren y llevaba de la esquina del banco y el Hotel Del Plata, frente a la estación del pueblo–, a la plaza de la municipalidad. En medio de esa calle nos encontró a todos corriendo al muchacho menudo y encorvado que había amenazado a alguien en la plaza con un cuchillo y le había robado la bicicleta. Nos había ganado dos cuadras de distancia desde que lo habíamos empezado a correr, y no parecía en ningún momento que fuera a perder terreno, hasta que cometió el error de mirar para atrás, se llevó puesto un poste y no hubiera sobrevivido a las patadas y los palazos de la saña acumulada por los ...