"El teatro del amor" por Leandro Turco




"Ay, ¿dónde hallaré, llegado

 el invierno, las flores, dónde

                      del sol la luz,

      de la tierra las sombras?

       Los muros se yerguen 

      mudos y fríos al viento,

             gimen las veletas."



 Friedrich Hölderlin, Mitad de la vida


Es común expresión de los círculos posmodernos y progresistas articular el rito de “San Valentín”, o “día de los enamorados”, como una figura propia del capitalismo de consumo, quedando imposibilitada y hueca cualquier interpretación de su orden ritual, sacrificial, y cotidiano. Esas mismas formas que le dieron origen a esa cosa que atormenta a los parlantes, y, se signa bajo la rúbrica del amor.

A falta de la experiencia con algún otro (comunidad), o de su sobresaturación (capitalismo), el amor se convirtió en un borroso arquetipo abstracto sin influencia en la efectiva materialización de los hechos cotidianos para los sujetos; un constructo de desvinculación vomitiva, repulsiva tarea de infelices.

Está harto señalado como el malestar contemporáneo. El sujeto absoluto sin otro, que lo vuelve al sujeto un mero desecho abstracto de su voluntad y una absoluta partícula atómica de locura; es el extremo opuesto a cualquier realización de un sujeto absoluto y absuelto, es decir, libre en sí mismo y para sí mismo entre otros, en tanto ser-en-el-mundo. 

El amor es, figurado para el sentido común, una relación dual; así dicen: los enamorados. Es un constructo relacional plural imaginario, sin mayor oportunidad real y singular, que el germen pasional que se logra invocar en la erótica desfragmentada de los cuerpos, el nudo alma-cuerpo de reacción bipartita para la que está destinada la disposición animal de la conciencia natural, y sus entendederas metafísico devorantes. 

Esta relación imaginaria y dual nunca dejará de existir para los mortales, por más poliamor que le quieran inducir a la imaginación, a la multiplicación de las imágenes; por el simple hecho de que su fundamento (de esta relación imaginaria) es la estructura vacía y desgarrada del cuerpo imaginado como unidad, alucinado bajo la crisis del destete, o del hecho primario de haber sido parido, eyectado y arrojado a la singularidad de lo individual, al fenómeno de su separación total. 

Por otro lado, la imaginación es lo dual, es el simple y puro reflejo de un espejo, la conciencia ante la imagen que le retorna desde un espejo, su espejo. Esta doble dirección del ideal lo hace permeable, por un lado, hacia sí por la espalda y hacia lo otro de frente; o viceversa, hacia sí de frente y a espaldas de lo otro. En un caso es motor del extrañamiento de la consciencia del sujeto por obra del ideal en el asir-se de las cosas del mundo, o la afirmación en lo otro que lo niega, un cuerpo concreto; en el otro caso es abandono del cuerpo en la inmediación del ideal, hundimiento en la nada del punto interior imaginado como un yo sin cuerpo y solo imagen.

Esta relación imaginaria es la más simple, y carece de valor para la articulación fenoménica que podríamos llamar amor, por el hecho de que dicha articulación queda oculta a la consciencia que no capta la lógica de un fenómeno invisible. Es un principio, trágico como todos los principios, pero carente de realización y efectiva conformación de una acción ética retornante ante todo ideal. Nuestra época es manifiesta en esta carencia. Su núcleo absurdamente patógeno es el llamado ego imaginario de lo-uno-sin-otro; la partitura cartesiana que olvidó su resorte y se encuentra extenuada de solipsismo; esta partitura tiene como su destino final, como su determinación, la absoluta obstrucción y exterminación de cualquier ser de otredad que no comulgue a su propia imagen y semejanza; es el reino de la mímesis en sí. Fatalidad y pérdida concreta en la cárcel cibernética de la absoluta virtualidad.  

Es este camposanto por excelencia el conflicto cotidiano de los fantasmas con que se representan las tragedias de amor, el infinito imposible, que se encuentra sustraído por la estructura del entendimiento y su hermética maquinación determinante de categorías. Esta encrucijada de la pura economía de lo uno, del sí mismo relamido en su propia alienación, quebrado en el teatro fuera de sí como el mero cuartucho de un depósito de excreciones biológicas; concluido en tanto que forclusión siendo sintiente solo de sí sin otro, hasta su cuerpo desaparece. 

Esta carencia de una experiencia de retorno a sí es la manifestación de su propio desconocimiento, no como ignorancia, sino como descomposición latente en su absoluta alienación abstracta; alucinación circular totalizante de su circulación sanguínea. El sujeto no logra salir de sí porque carece de la mediación carnal de su cuerpo ante lo otro de lo otro.

La pasión es, por otro lado, el cuerpo del amor, la comunión de la carne. Es la resonancia magnánima del resorte furtivo del ser desplegando la materialización de su estructura más propia, y por eso, más simple; es su íntimo habitar ideal encarnado en el crepúsculo horizonte del espíritu que libera su tormentosa cúspide en el ánimo de lo corpóreo. Esta experiencia liberadora es la desaparición de la consciencia en lo otro (cuerpo) de lo otro (cuerpo) de sí, su eyaculación proyectiva que retorna de lo otro de lo otro, o del otro cuerpo (otro) del otro cuerpo (mío) hacia sí.

El amor y la pasión son las fuerzas de la tragedia amorosa; la tajada silbante del hiato. Y en ella, los desgraciados confían su esperanza en alcanzar otra cosa, otro lugar, otra vida, cayendo sobre sí para encontrar a lo otro más allá de su propia imagen; y mueren dentro de sí como un adorno más del sarcófago. Mueren miles de veces antes de comprender dónde están. 

Esto mismo señala un poeta ruso en su juicio: la vergüenza salvará a la humanidad. Será que cuando la absoluta burbuja de la abstracta ilusión encarnada se rompa y se fisure, solo le quedará a este sujeto del espejismo, a este sujeto sujetado a sus retazos luminosos, solo le quedará el camino desértico de su experiencia cruenta, un camino sin otros, ni espejismos; solo y sin cuerpo bajo la sombra silenciosa del insoportable eco en un teatro vacío. 


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