"Poema de Neruda" (Cuento) de Adriana Quintero



 

Foto de Guillermo Thome

Un colibrí vuela hacia la ventana grande imaginada. Mente viva del hombre gris, nunca había sido de aquellos que se fijan en pájaros o flores. Vino hacia él, en algún punto del trayecto se detuvo. Su cuerpo en pausa. Sus alas, tan veloces que parecían no existir. Como el color del pasto bajo el sol, destellaba.

 En el borde de la ventana una planta olvidada seca como sus manos. Por primera vez él en su mente la creaba. En medio de la rama, una flor pequeña se resistía a morir, no caía. El colibrí se dirige ágil hacia ella. Hermoso cortejo, piropos al aire, recuerdos de tiempos viejos. Amada ausente y medio olvidada. Toda la escena frente a los ojos del hombre.

El pequeño entró, pasó por encima de su cabeza. Se apoderó de la estancia, voló por todos los rincones. Como si fuera a poseerla, la recorrió.

Él permaneció como camello desvencijado. Despacio giró en su silla y lo siguió con la mirada. Dibujó con lápiz su recorrido sobre un poema de Neruda.

Pasó a la cocina. El hombre siguió guardando distancia. No paró de garabatear, estallando sobre el papel la gota roja del mar y zambulléndose en el agua amarga de las equivocaciones.

Cuando recordó algo hirviendo sobre el fogón, tapó la olla con un movimiento que creyó olvidado. Esa muerte cruel no la quería ni para sí mismo. La que hacía mucho tiempo esperaba, lo ataban a la vida algunos versos que en su mente persistían.

En un zumbido de alas salió al patio, allí no supo a qué árbol acercarse. Vuelo vertical. El hombre gris deja el libro sobre una mesa y se aproxima, el colibrí no se mueve, lo espera. Cuando ha recorrido la distancia que los separa, el colibrí se devuelve a la casa, se posa unos segundos sobre el libro abierto. De un picotazo arranca un pedazo de la hoja y vuela huyendo, entrando, desapareciendo.

El gris toma su libro incompleto. Lee los fragmentos que han quedado y comprende, por fin, el destino. 

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