"Buma"-Gabriel Ciambella

 Bruma-Gabriel Ciambella



Como una noche sin luna en el medio del campo, no distingue el cielo, no ve estrellas, solo un par de luces lejanas parpadeando como luciérnagas, un zumbido, ecos, un grito. Suena como la vez que Maricel lo siguió un día que salía apurado de la facultad y empezó a gritarle por la calle,  ¡Antonio! Le traía un libro de anatomía que se había olvidado debajo del banco, él agradeció y caminaron juntos hasta la parada del micro. Los dos tomaban el 104, apenas se saludaban, hola y chau; desde ese día nunca dejaron de hablarse. Un parpadeo y recuerda la vez que la encontró llorando en los escalones, ella quiso disimular, intentó poner una excusa que no le salió. Le terminó contando que su papá le había pegado, que no era común, que él era buena gente y que todo el mundo lo quería, pero la enfermedad, la quimio y los problemas lo habían dejado un poco loco. Antonio la abrazó, le dijo que volvía en un minuto y le trajo un chocolate, ojalá que con esto se te pase un poquito, y los ojos verdes de Maricel brillaron.

Ahora piensa en el cumpleaños de 50 de la tía Claudia, aquella noche conoció a la familia de su novia, terminaron tan borrachos que solo se acuerda que al día siguiente no fue al minimarket. Supo que no iba a ser necesario volver, su jefe no toleraba faltas sin aviso; se sintió un irresponsable. Con lo que ganaba apenas le alcanzaba para la mendobús y un par de tortitas, pero era exigente, no se permitía equivocarse.  

Se acuerda de su casamiento, ella no paró de llorar en toda la noche, había venido de sorpresa su hermano Hugo de Francia; todas las fotos con el maquillaje corrido, como si hubiera salido de una película de terror. Igual siente que fue el mejor día de sus vidas, al menos hasta el nacimiento de Valentino, a pesar de que casi se desmaya cuando lo vio llorar ensangrentado. Cuando nació Candela fue diferente, se había guardado una petaca de wiskhy en el bolso de parto, para aflojar los músculos y sentir que podía contener a su esposa. Qué hermosa familia armamos, piensa. Lo arruinó todo.

Nunca quiso hacerle daño, es el amor de su vida. Cuando empezó a acostarse con su secretaria necesitaba una emoción, un poco de adrenalina. Qué hija de puta, pensó, por qué no vino a hacerme el planteo a mí, lo hubiéramos resuelto como dos personas adultas. Pero no, prefirió darle rosca a sus impulsos adolescentes y mandarle ese video a Maricel. En qué momento lo filmó, ¿podrá ser tan boludo de no haberse dado cuenta?

Esa noche habían reservado en el Bruma, como siempre que celebraban algo importante; veinte años de casados. En las citas solían dejar sus teléfonos en silencio, pero era la primera vez que Valentino salía en auto, se lo habían comprado hacía poco y su esposa no estaba tranquila. ¿Brindamos amor? Ella no despegaba los ojos del teléfono. ¿Qué pasa? ¿Todo bien?, no hubo respuesta, él no se pudo contener y acercó la cabeza tratando de ver su celular. ¡Hijo de puta!, fue todo lo que dijo y salió corriendo. Él tardó en reaccionar, alcanzó a decirle a un mozo que ya volvía y salió; la buscó un rato largo con la mirada y la vio a lo lejos parando un taxi en Avenida Colón. Cruzó entre los autos gritando enceguecido que no suba, que lo espere y como una noche sin luna en el medio del campo, no distingue el cielo, no ve estrellas, solo un par de luces lejanas parpadeando como luciérnagas, un zumbido, ecos, un grito.

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